Reventar el capullo y abrazar el camino juntas
Reventar el capullo y abrazar el camino juntas
Entre las acciones que resultaron del taller de experimentación artística del Anticéntrico, surgió la idea de crear un mural en las dos sedes donde se activó el proyecto. Este es un registro de cómo aconteció desde la organización Creamos, en el Relleno Sanitario de la ciudad de Guatemala.
Es mediodía de un viernes a inicios de octubre y el sol quema, pero eso no importa mucho. Tras varias semanas con cielos grises y lluviosos, el calor y la resequedad son alicientes para las vecinas de la zona 3 y la zona 7 que se han sumado al Anticéntrico. El clima les ha permitido, al menos por hoy, reunirse para dar vida al mural que durante los últimos meses habían imaginado.
Durante el tiempo en el que se desarrolló la idea de la pieza, se había decidido que el mural estuviera en una de las paredes blancas que dan forma a la guardería de Creamos.
La elaboración de la obra dependería entonces de un cielo despejado y de un sol a su máxima iluminación para que así, las creadoras pudieran pintar, secar y fijar los pliegos sin el riesgo de ser obstruidos por el agua.
Las mujeres llegan a Creamos, y luego de organizar botes con pintura, sacar pinceles y ubicar el orden de las hojas rosadas, coinciden en la manera más práctica de darle forma al diseño que han elegido situar en la pared.
Entre las acciones que resultaron del taller de experimentación artística del Anticéntrico, surgió la idea de crear un mural en las dos sedes donde se activó el proyecto. Este es un registro de cómo aconteció desde la organización Creamos, en el Relleno Sanitario de la ciudad de Guatemala.
Es mediodía de un viernes a inicios de octubre y el sol quema, pero eso no importa mucho. Tras varias semanas con cielos grises y lluviosos, el calor y la resequedad son alicientes para las vecinas de la zona 3 y la zona 7 que se han sumado al Anticéntrico. El clima les ha permitido, al menos por hoy, reunirse para dar vida al mural que durante los últimos meses habían imaginado.
Durante el tiempo en el que se desarrolló la idea de la pieza, se había decidido que el mural estuviera en una de las paredes blancas que dan forma a la guardería de Creamos.
La elaboración de la obra dependería entonces de un cielo despejado y de un sol a su máxima iluminación para que así, las creadoras pudieran pintar, secar y fijar los pliegos sin el riesgo de ser obstruidos por el agua.
Las mujeres llegan a Creamos, y luego de organizar botes con pintura, sacar pinceles y ubicar el orden de las hojas rosadas, coinciden en la manera más práctica de darle forma al diseño que han elegido situar en la pared.
Su obra consiste en un tríptico perpendicular que deja ver tres escenarios: El primero revela un pequeño triángulo oscuro que flota dentro de un cuadrado de líneas revueltas. Justo al lado, un triángulo más grande se muestra suspendido sobre el agua, y a su alrededor se muestra el jugueteo de un par de aves que se posan sobre varias ramas. La tercera parte descubre a una mariposa que desde sus inmensas alas extiende una vibrante trama de líneas bordadas.
“Todo el mural habla de una libertad y del deseo que tenemos luego de dejar un proceso de problemas y angustia”, dice Helen Rodas mientras ordena varios pliegos en uno de los salones de Creamos.
En el suelo del aula se encuentran extendidas más de 20 hojas rectangulares que, al momento de ser agrupadas, dan forma a la imagen central que muestra el triángulo rodeado de pájaros.
Afuera, cerca de la guardería, el resto de las compañeras dan seguimiento al plan que dicta lo mismo para las tres partes del mural: extender las hojas, enumerarlas, revolver colores y pintarlas.
Mientras permanecen bajo piedras con el fin de ser sostenidas para que no vuelen, las hojas se transforman en medida que las pinceladas de color bailan una y otra vez sobre la superficie.
Las pinturas determinan el lienzo colorido y se puede ver cómo la mariposa cambia desde una tonalidad oscura hasta el rojo que predomina en sus alas, así como el verde, el amarillo, al azul y el naranja que delinean su silueta.
Elegir darle vida a una mariposa desde el color no fue casualidad. Uno de los insectos más hermosos del mundo resultó ser la metáfora que por excelencia, alineó los sentires frente al desarrollo del mural entre todas las participantes del taller.
Vilma López tiene 51 años y hace dos décadas pudo entender lo que significaba la libertad, ese acto tan propio de la mariposa que, desde un gesto inocente y pacífico, vuela segura de su camino.
Mientras habla sobre el inevitable color negro que atañe a los triángulos en el empapelado del mural, Vilma nos cuenta que la oscuridad ha estado presente en la vida de las mujeres siempre. Nos dice que tampoco es un casualidad que este mural preste atención a la penumbra.
Mientras permanecen bajo piedras con el fin de ser sostenidas para que no vuelen, las hojas se transforman en medida que las pinceladas de color bailan una y otra vez sobre la superficie.
Las pinturas determinan el lienzo colorido y se puede ver cómo la mariposa cambia desde una tonalidad oscura hasta el rojo que predomina en sus alas, así como el verde, el amarillo, al azul y el naranja que delinean su silueta.
Elegir darle vida a una mariposa desde el color no fue casualidad. Uno de los insectos más hermosos del mundo resultó ser la metáfora que por excelencia, alineó los sentires frente al desarrollo del mural entre todas las participantes del taller.
Vilma López tiene 51 años y hace dos décadas pudo entender lo que significaba la libertad, ese acto tan propio de la mariposa que, desde un gesto inocente y pacífico, vuela segura de su camino.
Mientras habla sobre el inevitable color negro que atañe a los triángulos en el empapelado del mural, Vilma nos cuenta que la oscuridad ha estado presente en la vida de las mujeres siempre. Nos dice que tampoco es un casualidad que este mural preste atención a la penumbra.
Con un tono tranquilo y consciente del peso de sus palabras, Vilma también nos cuenta:
“Salir de lo oscuridad es un proceso de mucho dolor, pero uno va cambiando poquito a poquito, hasta ser como la mariposa. Así fue en mi caso. Yo no podía salir a la calle porque encontraba al papá de mis hijos y me pegaba. No podía salir por miedo. Pero luego lo perdí porque dije ‘Ya No’. No podía sufrir por algo que no estaba en mi casa. Entonces me di valor y lo denuncié. Esto fue hace unos veinte años. Y ahora que veo la mariposa creo que me identifico mucho con ella. Porque van, vienen y vuelan lejos”.
A un lado de Vilma se encuentra Astrid Jocol de 21 años. Atenta a la hoja que pinta con amarillo no se deja interrumpir hasta que decide hacer una pausa. Voltea y nos permite entrar a su isla. “¿Para ti qué significa este mural?” se le pregunta.
“Creo que para mí representa una fortaleza. Siento que aquí he podido expresarme más. Me gusta la mariposa porque habla de la transformación y de la liberación. Creo que hay personas que se oprimen mucho y no tienen ese valor de expresar lo que sienten”, comparte la joven mientras permanece sentada en el suelo frente al ala izquierda de la mariposa.
Con un tono tranquilo y consciente del peso de sus palabras, Vilma también nos cuenta:
“Salir de lo oscuridad es un proceso de mucho dolor, pero uno va cambiando poquito a poquito, hasta ser como la mariposa. Así fue en mi caso. Yo no podía salir a la calle porque encontraba al papá de mis hijos y me pegaba. No podía salir por miedo. Pero luego lo perdí porque dije ‘Ya No’. No podía sufrir por algo que no estaba en mi casa. Entonces me di valor y lo denuncié. Esto fue hace unos veinte años. Y ahora que veo la mariposa creo que me identifico mucho con ella. Porque van, vienen y vuelan lejos”.
A un lado de Vilma se encuentra Astrid Jocol de 21 años. Atenta a la hoja que pinta con amarillo no se deja interrumpir hasta que decide hacer una pausa. Voltea y nos permite entrar a su isla. “¿Para ti qué significa este mural?” se le pregunta.
“Creo que para mí representa una fortaleza. Siento que aquí he podido expresarme más. Me gusta la mariposa porque habla de la transformación y de la liberación. Creo que hay personas que se oprimen mucho y no tienen ese valor de expresar lo que sienten”, comparte la joven mientras permanece sentada en el suelo frente al ala izquierda de la mariposa.
Mientras la figura toma nuevos colores, también se dejan ver las pequeñas líneas que bordean la silueta del insecto alado. Algunos trazos son rectos y otros siguen una ruta con espacios, como si se tratase de una puntada de hilo. ¿Qué más podría evocar esto sino es que al remiendo de algo que alguna vez se rompió?
Para Vilma, los hilos pueden ser otra cosa: “Yo creo que significa que podemos jalar a muchas mujeres que están en el abandono. Es como encontrarse. Muchas veces las mujeres estamos tan privadas que no nos dan un valor”, asegura.
A este punto, los pliegos de las tres secciones se encuentran listos y así como dicta el plan, se deben empezar a pegar. Los retazos se transforman en un todo y con ello, refractan el deseo de imaginar y sanar en colectivo.
En medida que empieza el acto, resuenan las palabras que en algún momento de la jornada compartió Alejandra Ramírez de 19 años. Mientras las formas agarraban sus nuevas tonalidades, la joven aseguraba que sentía miedo de crecer.
“Siento que es complicado crecer en un entorno donde hay mucho miedo. Siento que el hecho de ser mujer ya puede generar miedo porque seguimos en un país que nos encierra cada vez más en distintos aspectos. Pero al final, creo que es algo que sentimos muchas”, agregaba.
En medida que se experimenta y se comparte en un acto colectivo -como crear y empapelar una imagen-, siempre cabe la oportunidad de darle espacio a lo que no siempre se ve desde la propia vulnerabilidad.
“¿Qué sientes al saber que otras chicas también han pasado por esos mismos miedos de crecer?” Se le pregunta a Alejandra.
Ella, sin pensarlo tanto responde que siente un poder, sobre todo, “el de sentirse en paz y acompañada”.
Al referirse al mural, y tomando en cuenta su experiencia dentro del espacio de creación, la joven también deja ver qué opina de la figura que yace sobre la pared: “Cuando trabajamos el mural me sentí complementada. Justamente porque muchas acá nos identificamos como una mariposa: hemos sido pequeñas como una oruga, hemos estado en una zona de confort que es el capullo, pero también hemos querido romperlo y ser capaces de avanzar”.